domingo, abril 24, 2005

La poética transgresora

Su cuerpo dejara, no sin cuidado
Serán ceniza, mas tendrán sentido
Polvo serán, mas polvo enamorado

Francisco de Quevedo Villegas


Apología del ensayo

Este breve ensayo está elaborado bajo los principios de Montaigne, los principios puros del ensayo que no es sino la representación del pensamiento individual en el nivel escrito. Por lo tanto no pasa a ser más que una vaga opinión y un reflejo de la psique, una especie de cuerno por donde mana, ya diluido, el conocimiento y las dudas obtenidas en clase.

Los principios de la violencia

Existen dos principios individualizadores de la materia, principios que transgreden los términos de lo humano y el sentido social para llevarnos a la creación del objeto libre de sí[1]; en términos de Niesztche estos serían lo Apolíneo y lo Dionisiaco, pero por la vaguedad del término, desgastados ya en sus bordes, sería mejor nombrarlos a) principio de trasgresión racional y b) principio de trasgresión instintivo. El vínculo entre estos dos principios, la translúcida tela que los une, nos lleva a entender el acto creador, a vislumbrar la acción poética en sí.
¿Qué es lo que transgreden estos principios? ¿Existe una violencia en este traspasar, en este quebrar de la pared individual? Slavoj Zizek nos dice, en una entrevista ofrecida después de el atentado del 11 de septiembre, que todo acto humano es un acto de violencia:

El discurso de la victimización es predominante en la actualidad. Uno puede ser víctima del medio ambiente, del cigarrillo, del acoso sexual. Me parece que esta reducción del sujeto al lugar de mera víctima es algo triste. Prima una noción extremadamente narcisista e intolerante de la persona, como si no pudiéramos tener encuentros violentos con los otros. Déjenme brevemente dirigirme al tema del acoso sexual. Por supuesto que me opongo a él, pero seamos francos: siempre hay algo de violencia en una declaración de amor, sobre todo si uno es una persona con pasión. Puede sonar como un chiste, pero no lo es. No puede hacer el juego del amor en términos de la corrección política. Siempre hay un momento de violencia cuando dice te amo y te necesito. No hay forma de evitarlo. El miedo al acoso sexual en algún sentido incluye este aspecto, un miedo a una fuerte violencia, pero también hay miedo frente a un encuentro demasiado abierto con otro ser humano.
[2]

es decir, cuando se confrontan, se encuentran una individualidad frente a otra, un ser a los ojos de los otros, la única manera en la que podemos dirigirnos a ellos es a través de la transgresión ¿habrá algo más violento que el amor?, ¿que la palabra? La violencia implícita en todo acto pertenece al orden instintivo. El contacto humano es un juego de transgresiones y violencias aceptadas socialmente, es un irrumpir en la vida del otro, un pliegue hecho en el instante donde nos deslizamos sangrados a la vista de los demás. Esta violencia conlleva en si un principio creador, una fuerza centrífuga que da todo de sí con el afán de ser recordado (esto es claro en un ejemplo de declaración amorosa). George Bataille, en su libro el Erotismo, hace clara referencia a la trasgresión o el acto violento que representa el erotismo; Bataille utiliza el concepto de Eros y Tánatos para analizar la relación implícita que conllevan la entrega, el abandono, la sensación de pérdida y disolución de la individualidad.
Al ser violento todo acto humano nos encontramos ante una incógnita ¿la creación artística lleva el velo del dolor consigo? Si este dolor se entiende en un sentido pragmático la respuesta sería afirmativa. No hay acto más violento que el transgredir del espíritu, no existe mayor provocación que la del autor presentando su obra ante los ojos del lector. Este juego de principios, el activo y el pasivo, el que recibe y da violencia, es el juego de lo humano.
Retomando un poco la idea del primer apartado, existen dos principios transgresores, cada uno con un nivel de violencia distinto; el principio a) lleva en si una violencia pasiva, casi deductora, este principio entiende su entorno y lo explica con su propio lenguaje, su metalengua, y, a ojos humanos, no choca con los valores personales al no pertenecer al orden de lo gregario. En cambio el principio b) si pertenece al orden común ¿quién no se cree capaz de juzgar una obra de arte, un libro, una pintura? Todos nos creemos con el derecho de opinar acerca del objeto plástico, de desbaratarlo o ensalzarlo. Es este común lo que lo hace llevar en si una violencia explícita a ojos del mundo, una provocación ante el espectador. El horror viene al entender la obra, al tener todas las luces en foco y contemplar la desnudez báquica de lo creado. Pero ¿qué pasa con el nexo que amalgama estos dos principios? Por el momento pongámosle el inciso c) a este nexo.
Cuando una obra de arte es creada con lo mejor de los dos principios individualizadores esta se vuelve oscura. El nexo c) no lleva en si una violencia espiritual ni racional, lleva una violencia holocaústica a la que el mundo le cierra sus ojos. Pensemos por un momento en sentido musical; las grandes obras de la música (y no me refiero exclusivamente a Chopin o a Monte Verdi, sino que integro a Pink Floyd y a los Beatles) no fueron elaboradas durante el goce estético del arrebato ni en la sobriedad pura de la razón, estas obras se crearon en un intermedio entre ambas, se crearon con valor estético y con una facultad de razonar, de decir algo al mundo. ¿Qué representa el nexo entonces? El nexo pasaría a ser lo que nosotros conocemos como el deseo: el deseo es lo que mueve pero no se pierde en la culminación del mismo, el deseo es una entidad pensante, razonada, el deseo es el acto creador que conlleva el mayor grado de violencia. Volviendo al ejemplo de una pareja ¿qué acto sería más violento que la declaración amorosa-sexual de parte de un joven? El deseo del otro, de poseerlo, es un acto de temor ante el otro, el miedo de confundir la identidad para siempre con el otro, en la comunidad. Asimismo el deseo del otro, el de poseerlo y de ser poseído, sin llegar a caso a la culminación, es una obra de arte en si misma, es fuerza que emana del individuo hacia los otros, hacia la comunidad.
Este sentido de comunidad se explica a si mismo. La obra de arte debe estar dirigida o debe ser entendida por toda la sociedad al tratarse esta de una explicación de la sociedad. Es decir, la obra pertenece a cada individuo ya que en ella se encuentra reflejado un deseo, un momento, un pensamiento que concierne, en sentido histórico, a cada uno de ellos.
La obra de arte creada bajo los estatutos del deseo adquiere una fuerza y un vigor impensable, es lo que la hace sobrevivir a las edades del mundo. Esta fuerza es producto de su propio deseo, es decir, la obra continua viva y siempre sigue deseando, siempre comunicando y transgrediendo, con violencia, los actos humanos, la vista del espectador atento y, sobre todo, reproduciéndose a si misma en las manos de otros.


La violencia y lo divino

Hasta ahora se ha tratado la violencia, el deseo, únicamente en las relaciones de carácter humano pero, para no caer en el error, es necesario establecer este nexo en otros lugares, en otras esferas que no conciernen exclusivamente a lo humano. La violencia, implícita en toda acción, nos lleva al acto de la creación; pensemos en la naturaleza misma o en cuestiones divinas.
Si nos vamos a las cuestiones divinas, o místicas, encontramos actos de violencia que permean todas las historias o mitos sobre los dioses. Recordemos que el Dios del antiguo testamento se manifestaba a los hombres de forma violenta, adoptando la forma del fuego. Este acto de manifestarse, el gesto de temor de los hombres, es la manera en que este dios afectaba a los seres humanos. En este sentido afectación implica una subjetivización de la información, lo mismo sucede en la obra de arte, es decir, en la medida que el nexo se vuelve más violento y el horror ante este estado comunicativo crece, el hombre se ve afectado en mayor medida por la obra de arte o el dios en cuestión.
En los poetas místicos podemos encontrar esta relación que los hombres mantienen con Dios, una relación masoquista en la que se acepta el mandato y temor a él:

Son sus violencias lo más dulce de Amor,
su abismo insondable es su forma más bella,
perderse en él es alcanzar la meta.
Tener hambre de él es alimentarse y deleitarse,
la inquietud de amor es un estado seguro,
su herida mayor, bálsamo soberano,
languidecer por él es nuestro vigor,
eclipsándose se revela,
si hace sufrir, da salud,
si se esconde, nos muestra sus secretos,
es rehusándose como se entrega,
no tiene rima ni razón y es poesía...
[3]

En este poema de Amberes se ve claramente la relación que el hombre mantiene con su dios. Una relación donde el hombre es violentado pero al mismo tiempo saciado de sus dudas. ¿Podremos concebir a dios como el acto poético por excelencia? Sería posible en cuanto dios ejerce funciones de deseo en la concepción humana. Este deseo de él es lo que conlleva en si mismo el acto creador, un nexo que es equiparable al deseo de elaborar la obra de arte; recordemos aquel cuento de Arreola en el cual un Ángel le arranca los cuernos a un diablo para después regalarle unos nuevos.

Conclusión espinada

La explícita violencia en el arte no es tema de preocupación. El deseo es, y seguirá siendo, el vínculo más estrecho entre los hombres, la vía de comunicación, ya sea artística o corporal, más rápida. ¿Qué sucede cuando satanizamos estas acciones humanas, cuando prohibimos la transgresión social? Actualmente en Japón existe un fenómeno que nunca antes se había visto entre los seres humanos; se ha inhibido la trasgresión. Hombres y mujeres prefieren estar con objetos de plástico antes que con el otro, antes de romper el muro de cristal que separa a los seres, el deseo se ha llevado a otros lugares, a otras facetas de lo no humano. Ha sido tanto el miedo ante el otro que lo han eliminado o sustituido con un no-otro. ¿Es, acaso, este el fin buscado por la masificación de ideas, por la vida virtual? ¿La perdida del deseo, la perdida del otro? Habrá que encontrar el espíritu y la razón que imperan dentro de la red para entendernos, habrá que crearnos un nickname para poder ser deseados, para poder desear, y que el objeto artístico fluya de nuevo en código binario.
Cierro este ensayo con una breve frase de Gilles Deleuze a propósito de la trasgresión o la violencia:

La violencia es lo que no habla, lo que habla poco.

[1] Pensemos en un bloque de mármol que representaría la materia, el darle forma es el acto individualizador. Este acto individualizador, este sacar poesía de la piedra, sólo se puede obtener a través del golpe constante del cincel; que más adelante entenderemos como violencia.
[2] Entrevista con Slavoj Zizek efectuada por Sabine Reul y Thomas Deichmann
[3] Hadewijch de Amberes, poema XVIII.